“Hagamos algo tranqui en esta salida” dijimos.” “¿El Piltri? 10 km ida y vuelta, 1000 metros de desnivel desde donde dejás los autos….” “Buenísimo, sale el Piltri el jueves 17”.
Diez inscriptos, más Iván y Andrés, Andrés debutando como guía ayudante del grupo.
Salida a las seis de la mañana (y el primero de varios “quién me manda” del día…) desde el Club. La puntualidad del grupo es asombrosa: a las seis y cinco estamos en la ruta. ¿El pronóstico del tiempo? Algo de viento, techo de nubes bajo. La propuesta es entonces caminar lo que de y si se pone muy feo, volver.
Ocho y media dejamos los autos nueve menos cuarto empezamos a caminar. “¿Cuánto tardaremos?”, la pregunta ritual se hace presente. “Unas tres horas”, la estimación oficial. En un rato, luego de pasar por la entrada del bosque tallado, llegamos al refugio.
Día gris, las nubes algo por encima de nosotros, pero no demasiado viento y tampoco mucho frío. Seguimos hacia la cumbre, luego de pasar por los restos de un medio de esquí aherrumbrado por los años de abandono. ¿Vamos a la cumbre “normal?”. No, ¡no tan fácil! Hace poco se resolvió que la que clásicamente se consideraba la cumbre del Piltriquitrón no era la verdadera cumbre, ya que algún kilómetro más al este, dentro del mismo macizo, hay una cumbre que resulta ser unos veinte metros más alta: ¿Nuestro rumbo, entonces? La “nueva” cumbre (raro llamarla nueva: debe estar allí, en el mismo lugar, hace millones de años).
A medida que vamos subiendo, nos acercamos al límite de las nubes. Pero éstas suben con nosotros, de manera que siempre estamos un poquito afuera de la nube: ¡viejo truco del clima patagónico para atrapar caminantes! Por supuesto que luego de un rato, las nubes deciden que ya estamos suficientemente comprometidos con el objetivo, dejan de subir, ordenan que se prenda el ventilador, la temperatura baja varios grados y de repente estamos en un ambiente completamente invernal: frío, viento, nieve volada. El terreno mismo se pone invernal, al haber una capita de nieve muy finita pero lo suficiente como para asegurar un patinacito cada dos o tres pasos. La visibilidad se aproxima a cero. Se puso feo.
¿Volver, entonces, como era la consigna? Patagonia nunca te la hace tan directa: a cincuenta metros se adivina un filo tentador. Ergo, nos tentamos y quedamos en ir hasta ahí y emprender la vuelta. Llegamos al filo (dos horas y media desde los autos: el frío nos hizo acelerar el ritmo) y en el filo, claro, el viento aúlla como preguntando (¡y nosotros también!) “¿Qué hacen acá?” Al otro lado del filo, un abismo cae hacia la eternidad. Hacia la derecha, un promontorio unos metros más alto que nosotros permite la foto de Andrés que acompaña este relato. Hacia la izquierda, una subida lleva a lo que parece ser la cumbre a otros cincuenta metros. Esta vez no nos dejamos tentar, y dándonos por satisfechos, comenzamos la bajada.
Almorzamos al costado del refugio, y luego de unas tortafritas dentro del refugio, bajamos hasta los autos y emprendemos la vuelta a Bariloche, que nos recibe, a las cinco de la tarde, con un sol radiante y la pregunta implícita: “¿Hacía falta?”. Seguramente, todos los participantes responderíamos con un unánime: “¡Sí!”. ¡Nos vemos en la próxima!
Guiaron esta salida Iván Bonacalza y Andrés Martínez Infante y participaron Luis Catenazzi, Sandra Dal Pont, Silvina Dordoni, Santiago Fuentes, Ricardo Ivulich, Juan Pablo Ordóñez, Axel Santini, Sergio Sosa, Silvana Speranza y Silvana Visconti.