Tuve la fortuna de compartir una caminata inolvidable junto a los 21 compañeros del GEDA. Reunidos por el entusiasmo y el amor por la naturaleza, recorrimos un bosque otoñal que nos recibió con una belleza sobrecogedora. A cada paso, las hojas crujían bajo nuestros pies y sus colores vibrantes contrastaban de forma mágica con la nieve blanca recién caída. Era como caminar dentro de una pintura viva, un espectáculo visual que invitaba a detenerse, respirar profundo y agradecer el momento.
Lo que hizo aún más especial esta salida no fue solo el entorno, sino también la energía del grupo. Las charlas, las risas y los silencios compartidos tejieron una atmósfera de camaradería que me llenó de alegría. Me sentí parte de algo más grande, conectado no solo con la naturaleza, sino también con cada uno de los integrantes que caminaban a mi lado. Esas conversaciones espontáneas, llenas de buena onda y reflexión, aportaron tanto al recorrido como el mismo paisaje.
Cierro esta experiencia con el corazón lleno y el cuerpo revitalizado. Caminar por ese bosque otoñal fue un regalo para los sentidos, y hacerlo en tan buena compañía lo convirtió en una vivencia profunda. Estos momentos me recuerdan por qué disfruto tanto ser parte del GEDA: por la aventura, por la naturaleza, pero sobre todo, por las personas que la hacen tan especial. ¿Cuál será la próxima salida que nos sorprenda?